Finales felices en tiempos de crisis

  • Finlo Rohrer
  • BBC
Castillo de Disney
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Disney: el lugar preferido de los finales felices

Hace dos años, un grupo llamado "Fundación de los Finales Felices" tuvo su momento de notoriedad: exigía finales felices a los autores de cuentos para niños e incluso sugirió que aquellos con conclusiones menos alegres deberían ser quemados en la "hoguera de los libros malos" que se celebraría en todo el Reino Unido.

En seguida algunos blogueros investigaron a la fundación y revelaron que se trataba de un simple truco publicitario. De esos que abundan en el Día de los Inocentes. Ya para entonces, la BBC y otros medios informativos nacionales y locales habían publicado la historia.

El punto es que ese tipo de campañas no parecen ser tan ridículas. En tiempos difíciles, muchas personas añoran finales felices. Tanto así que hasta el Arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, parece haber detectado esta tendencia al advertir, la semana pasada, que Dios no intervendrá para bien en el cambio climático.

Retrocedamos a los años 30, en particular a las películas de ese entonces. Ahí podemos observar el proceso de "finalfelicificación" a pleno, durante los tiempos de pobreza e incertidumbre sobre el futuro. Lo que la audiencia quería en ambos lados del Atlántico era un escape divertido. O por lo menos, es lo que los financiadores de la cultura pensaban.

Hasta las historias clásicas terminaban de manera mucho más alentadora cuando eran llevadas a la pantalla grande.

Pero antes de seguir leyendo, le advierto, es imposible discutir el tema con franqueza sin revelar algunos finales.

Un poco de historia

Regresemos a la época de La Depresión en los Estados Unidos. Tomemos un clásico de 1931: Frankenstein. En el libro, Frankenstein se casa pero su esposa Elizabeth es asesinada por el monstruo. Entonces Frankenstein encuentra su condena en el Ártico. Sin embargo, en la película, el doctor Frankenstein y su esposa viven felices para siempre.

O en el Jorobado de Notre Dame. En la novela de Victor Hugo, el final nos deja a una Esmeralda colgada y a un Cuasimodo que decide morir a su lado. En la película de 1939 ambos sobreviven.

Hasta el desventurado cuento de John Steinbeck, las Viñas de la Ira, encontró una conclusión más optimista en la película de John Ford estrenada en 1940.

"La muerte de los personajes centrales daba un mensaje equivocado en una época en que los Estados Unidos estaba saliendo de una enorme depresión y quería ver un mejor futuro" dice Tony Earnshaw, historiador de cine del Museo Nacional de Medios.

"Querían imponer a la gente la idea cinematográfica del héroe que se queda con la chica".

Quizá por eso, no nos sorprende que el término "final feliz hollywoodense" se haya quedado en el léxico cultural anglosajón y hasta en el de otros países no angloparlantes.

Aún en nuestros días seguimos viendo finales felices.

La cinta Slumdog Millionaire barrió con los Premios Oscar, representando la mezcla perfecta entre las dificultades de una historia cruda y un final eufórico.

Mientras tanto las historias autobiográficas con infancias desafortunadas -un verdadero fenómeno editorial en los últimos tiempos- empezaron a extinguirse el año pasado.

"A las memorias miserables no les está yendo bien" revela Philip Stone, editor de Bookseller. "Ese género podría sufrir un poco en estos tiempos".

Batallas finales

Por supuesto, esta teoría se podría caer fácilmente con ejemplos de "finalfelicificación" en cada década, ya sea en tiempos difíciles o no.

Cuasimodo
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El cine cambió el final de El Jorobado de Notre Dame.

Vamos a 1961, a la adaptación de Desayuno en Tiffany's. En la novela de Truman Capote, Holly Golightly se va a Brasil. En la cinta hay un romántico final feliz en el que se queda con Paul.

En 1982, la película Blade Runner termina con los protagonistas conduciendo felizmente a través del campo. Diez años después -y gracias a la edición del director Ridley Scott, se borra el final feliz y concluye con una pareja dejando un apartamento hacia un futuro incierto.

Desde los 90, el guión True Romance de Quentin Tarantino ponía a Clarence, el personaje central, asesinado a balazos al final. En la película, sobrevive y lo vemos con su esposa e hijos retozando felices en la playa.

Ahora vayamos a los clásicos: podríamos pensar en tragedias griegas como Edipo Rey o Medea. Pero hasta ellos esperaban un final feliz, asegura Alan Sommerstein, profesor de Griego en la Universidad de Nottingham.

El clásico final feliz

"La tragedia griega se desarrolla en cuatro tiempos, el cuarto casi siempre era una farsa clamorosa. Y no todas terminan en lo que nosotros solemos llamar finales trágicos".

En Ifigenia en Táuride de Eurípides, se cree que el personaje principal ha sido sacrificado antes de la Guerra de Troya. No es así: ella es llevada a Crimea, donde es convertida en una alta sacerdotisa quien recibe como ofrenda el sacrificio de marineros griegos. Un día, ella tiene clemencia de dos de ellos y uno resulta ser su hermano. Les sale bien la fuga.

"En una tragedia, en sentido estricto, tiene que suceder un desastre terrible o evitarlo apenas. No importa cuál de las dos opciones", dice Sommerstein.

Y hay quien cree que una tragedia podría, en estos días, hacer más feliz a la gente.

"Aristóteles argumenta que un drama trágico genera placer, al despertar las emociones. Quisiera pensar eso en los tiempos de Shakespeare, que eran bastante sombríos y con plagas a punto de reventar", agrega el profesor de Griego.

Shakespeare

Shakespeare tuvo tragedias y comedias. No es fácil encontrar algún rastro de bienestar en el sangriento final de Hamlet. Pero una versión en la que Hamlet y Ofelia se juntan y viven felices para siempre tampoco es concebible, ni siquiera para Hollywood.

Sin embargo, El Cuento de Invierno de Shakespeare tiene un clásico final feliz hollywoodense elevado a la "n" potencia. De película. La obra termina con un "deus ex machina" -un giro de tuerca donde el final es impuesto desde arriba- que se usaba constantemente en el drama griego. Y sigue usándose en las historias actuales.

Pero todavía hay quienes consideran el proceso de "finalfelicificación" como un craso error, un signo de excesiva comercialización del concepto de la historia, de satisfacer nuestro lado más debil.

Aristóteles no se sintió nada feliz cuando vio que algunas obras de su tiempo estaban teniendo finales inesperadamente alegres.

"Dijo que la audiencia estaba siendo timorata" concluye Sommestein.