Gasto bélico se resiste a morir
El comandante en jefe del Ejército de Estados Unidos, Barack Obama, confirmó lo que había anticipado: ahora el principal escenario de guerra será Afganistán.
Los costosos tanques no tienen cabida en las nuevas guerra de contrainsurgencia.
Miles de los soldados que se irán de Irak, tendrán sus próximos períodos de
servicio en escenarios bélicos más lejanos, pero los beneficios que producirán
las armas que porten en las montañas afganas probablemente se quedarán en las
mismas manos.
La cuestión ahora será determinar si este anuncio apaciguará a quienes temen
que a Washington llegó un pacifista que reducirá las ganancias de la industria
bélica.
Como señala Mark Urban, especialista en Defensa de la BBC, Obama tiene que
encontrar pronto ideas radicales para poder ahorrar miles de millones de
dólares del presupuesto del Pentágono.
Pero esto implica enormes riesgos, no sólo para la seguridad de las tropas
desplegadas en el terreno, sino también dentro de las fronteras
estadounidenses donde los grupos de presión pelean su propia guerra por
contratos y cuantiosas ganancias.
La hora de la verdad
Cientos de miles de empleos de alta tecnología dependen de contratos militares
y el desempleo en EE.UU. está creciendo a un ritmo vertiginoso.
Obama dice que el principal escenario de guerra será Afganistán.
Es la hora de la verdad. Es muy fácil discutir en hipótesis. Ahora, como
presidente, está al mando y tiene que tomar decisiones difíciles y todo el
mundo tiene su propia agenda", le dijo a la BBC el almirante William Fallon,
quien estuvo a cargo de las operaciones en el Medio Oriente en el Comando
Central.
"Hay muchas exigencias y deseos compitiendo por recursos y él va a tender que
escoger y decidir cuáles son sus prioridades y qué riesgos está dispuesto a
tomar", agregó.
Y lo que subyace tras estos dilemas es un cambio dramático en el panorama
financiero.
Según el secretario de Defensa, Bill Gates, quien pasó de servir a George W.
Bush a trabajar para Obama, "una de las cosas que sabemos desde hace meses es
que el grifo de dinero para la defensa que se abrió tras Septiembre 11 se va a
cerrar".
Y es que, para seguir con la metáfora del grifo y el agua, Bush ciertamente
inundó ese departamento: si se le suma al presupuesto común las asignaciones
extras para la guerra en Irak y Afganistán, las fuerzas armadas estaban
consumiendo cerca del 6% de la economía del país.
Ese nivel de gasto es uno de los más altos desde la II Guerra Mundial pero, en
épocas de recesión, las arcas del Tesoro no pueden darse el lujo de cubrir
todas las necesidades del Pentágono.
Cuchillo de doble filo
Por un lado, como señala Fallon, con el desempleo aumentando en EE.UU., en el
Capitolio los "535 tipos que están representando los intereses de su gente
quieren opinar" y lo que más les preocupa es la seguridad, no la de las
fronteras, sino la "seguridad laboral y su futuro económico: esa es su
prioridad".
Hay más demanda para nuevas armas como los aviones no tripulados.
Cualquier corte en Defensa, en plantas de manufacturación o bases militares
puede agravar la situación en los distritos de representantes y senadores y
eso puede obligar al gobierno a mantener proyectos que no quiere ni necesita.
Además, dado que la recesión ya generó rescates multimillonarios para el
sector financiero y automotriz, va a ser difícil que le nieguen algo parecido
al complejo industrial militar. No obstante, la ecuación no es tan sencilla.
"Si uno revisa muchos de los estudios económicos disponibles, como el de la
Universidad de Massachusetts en Amherst, para ver cuánto en términos de
empleos, de cifras y calidad de trabajo generarían US$1.000 millones, el
presupuesto de defensa es uno de los que menos rinden", asegura Winslow
Wheeler, del Straus Military Reform project, un centro de investigaciones que
intenta frenar el derroche en Defensa.
"Es literalmente cierto que si uno corta algunos de los programas de defensa y
reinvierte en programas de empleo más eficientes, esto crea más trabajo por
menos dinero", agrega.
Cambios en tiempos de guerra
Ese es sólo uno de los dilemas que no deja hacer en paz una política de
guerra, otro es el cambio en la guerra misma:
Muchos se preguntan si el Pentágono debería seguir gastanto en aviones convencionales.
"(Estamos) básicamente en un punto de inflexión, entre un Pentágono que ha
estado dominado por lo que denomino 'el Leviatán' o el 'grupo de la gran
guerra' de los últimos 40-50 años, que tiene su origen en los primeros años de
la Guerra Fría, y el 'grupo de las pequeñas guerras', que está levantándose y
adquiriendo mucho más poder como resultado de las extendidas campañas en Irak
y Afganistán", señaló a la BBC el secretario adjunto de Defensa de EE.UU.,
Michael Vickers.
Y al cambio de doctrina le acompaña nuevo armamento: aeronaves que no
necesitan pilotos o vehículos protegidos contra minas encabezan ahora la lista
de compras del Pentágono.
Como hay que reducir el presupuesto general, en Washington se habla de
sacrificar los programas de armas de la Guerra Fría, es decir, aquellos
diseñados para luchar con los ejércitos de otras potencias mundiales.
No obstante las lecciones aprendidas últimamente, que hacen inútiles en
campañas de contrainsurgencia los grandes y costosos tanques que servían para
pelear con los soviéticos, no hay duda de que Obama enfrentará una fuerte
oposición pues hay grupos de cabildeo muy poderosos que defienden las "armas
de prestigio", símbolos de la virilidad del superpoder como submarinos
nucleares o cazabombarderos furtivos.
Homo hominis lupus
Para Urban, una de las grandes dificultades de las nuevas administraciones en
Washington es penetrar la cultura de competencia despiadada por el presupuesto
que predomina en el Pentágono, en donde inevitablemente cualquier nuevo
paquete de medidas o prioridades es visto como una oportunidad para ganar
dinero.
La alianza entre los fabricantes y los comandantes puede causar problemas para
quienes quieren modificar el rumbo, pero los críticos de lo que Dwight
Eisenhower llamó "el complejo industrial militar" opinan que el financiamiento
al estilo Bush no puede continuar.
"Revisemos las cifras: desde 2001 hemos gastado unos US$850.000 millones en
las guerras en Irak y Afganistán", agregó Wheeler.
Para él, el hecho de que almirantes y generales estén quejándose de que no hay
suficiente inversión en armamento grande tras ocho años del gobierno de Bush
es asombroso.
"Además del dinero extra, añadimos unos US$770.000 millones a los presupuestos
de Defensa proyectados en 2000/1 para esta década. Uno pensaría que les
alcanzaría tanto para luchar guerras y para mejorar el equipo, pero parece que
ese no es el caso".
Hay señales de que el gasto de la era de Bush fue, en parte, desperdiciado.
Por ello, en algunos casos la alternativa de cancelar programas parecería
justificada incluso si el nuevo mandatario no tuviera que reducir el
presupuesto.
Pero eso no significa que cuando el mandatario especifique qué va a cortar, la
oposición lo aceptará de buena gana.
Así que se hace necesario un mensaje positivo y es por eso que el hablar de
"pequeñas guerras" puede ser el azúcar que ayude a pasar el mal trago.