El fiasco del caso Fritzl
- Redacción
- BBC Mundo

Fritzl aparentemente dejó una serie de pistas que fueron ignoradas por las autoridades.
Elisabeth Fritzl y sus hijos pudieron haber sido liberados muchos años antes si las autoridades de Austria no hubieran pasado por alto decenas de pistas, escribe Stephanie Marsh, autora de un nuevo libro sobre el hombre que encerró a su hija en un sótano durante un cuarto de siglo.
Hay una teoría, muy popular en Austria, que Josef Fritzl era un astuto y extremadamente cuidadoso criminal. Pero, tras investigar el año pasado el caso, encuentro que lo opuesto es la verdad.
Es un despiadado y consumado mentiroso, pero también es torpe, un hombre que, cuando llegó a sus años 40, había sido arrestado en dos ocasiones por incendiario, dos veces más por ofensas sexuales, y encarcelado una vez por violar a una mujer y amenazarla con un cuchillo.
Aunque las autoridades austriacas siguen insistiendo en que no asumen responsabilidad alguna por la encarcelación de 24 años a la que Fritzl sometió a su hija, Elisabeth, la evidencia que he visto sugiere que este a menudo flagrante criminal dejó un numero abrumador de pistas en su camino, pistas que fueron repetidamente ignoradas por los funcionarios sociales, la policía y el poder judicial.
En agosto de 1984, cuatro meses después de que cumplió 18 años, Elisabeth desapareció. Se esfumó en algún momento hacia la hora del almuerzo. Estaba viviendo en la casa de la familia en Amstetten y, aparte de su padre, a esa hora no había nadie más. Su madre y otra de sus hermanas estaban de compras, mientras que otra hermana fue enviada por Fritzl a que saliera a caminar.
Para cuando regresaron, Elisabeht ya no estaba. Fue el mismo Josef Fritzl quien, al día siguiente, denunció la desaparición de Elisabeth a la policía, indicando, sin tener una pizca de evidencia para respaldar su teoría, que había ingresado "a un culto".
A pesar de que en Austria no hay ni hubo cultos religiosos de qué hablar, también hubo otros factores que podrían haber despertado las sospechas de la policía.
"Aceptación"
Aunque la condena de Fritzl por violación para entonces ya había sido eliminada de su expediente criminal (de acuerdo a la ley austriaca de la época los delitos sexuales se suprimían automáticamente de los archivos policiales después de 10 a 15 años), en la cerrada comunidad donde vivía se le conocía su pasado de violador. Aunque sus arrestos por provocar incendios seguían en el expediente, poseía dos armas con salvoconducto: una pistola Bernadelli y un rifle.
Los abusos ocurrieron en el sótano de la casa en Amstetten.
Los trabajadores sociales también sabían que Elisabeth había huido de la casa dos años atrás. Cuando regresó a Amstetten, sin embargo, decidieron solo abordar el asunto con su padre, aunque Elisabeth estaba presente en el cuarto en ese momento.
Además, algunas de sus amistades sospechaban que Elisabeth se estaba causando daño a sí misma -otra de las señales evidentes de las víctimas de abuso- pero los funcionarios sociales simplemente aceptaron la versión de Josef Fritzl.
Ahora sabemos lo que de hecho sucedió esa tarde de agosto de 1984. Josef Fritzl había encerrado a su hija en un calabozo especialmente diseñado en su sótano. Después de aproximadamente un mes de encarcelamiento, la forzó a escribir una carta que el mismo se envió por correo y mostró a la policía.
Una vez más las autoridades aceptaron de plano todo lo que Fritzl les dijo. La carta nunca fue examinada por un experto idóneo, a pesar de que el experto en Austria en sectas religiosas minoritarias vivía en Amstetten (eventualmente le mostraron todas las cartas de Elisabeth en 2008, declarándolas obvias falsificaciones).
Bebés abandonados
En 1993, nueve años después de la desaparición de Elisabeth, el primero de tres bebés apareció en los escalones de la casa de Fritzl. Los detalles precisos de estos "descubrimientos" son particularmente inquietantes.
El primer bebé fue abandonado en una caja de cartón con una carta de Elisabeth. Sin embargo, en una absurda secuencia de lógica burocrática, se decidió que no se emprendería una búsqueda de Elisabeth porque ella era una adulta que podía ir "donde quisiera".
Fritzl obligó a su hija a escribir cartas desde su calabozo.
Un poco más de un año después llegó una segunda criatura, esta vez abandonada en un cochecito. Rosemarie Fritzl la descubrió y fue ella quien describió lo sucedido a los trabajadores sociales.
Dijo que poco después de la media noche escuchó el llanto de un bebé afuera de la casa. Descubrió al bebé en los escalones y regresó con éste en sus brazos. De pronto empezó a sonar el teléfono. Era una mujer que decía ser Elisabeth y estaba disculpándose por haber abandonado a la criatura. Era obviamente un mensaje grabado. Rosemarie colgó el teléfono, pero inmediatamente empezó a sonar de nuevo. Cuando contestó escuchó el mismo mensaje al otro lado de la línea.
Lo que le pareció un completo misterio a la señora Fritzl, como le explicó a un trabajador social, era que ella y su esposo habían cambiado el número telefónico de la casa recientemente y nadie lo conocía todavía.
Aunque el caso de los dos bebés abandonados fue lo suficientemente curioso para atraer la atención de los medios nacionales, nada en esta cadena de eventos pareció causar mucha preocupación a las autoridades.
Raro comportamiento
Bajo sugerencia de Josef Fritzl, una de las cartas fue examinada por un grafólogo que, por supuesto, se declaró satisfecho de que había sido escrita por Elisabeth Fritzl.
El hecho de que las cartas nunca mencionaron un culto y que, años después, por lo menos una de ellas tenía un sello postal de una localidad muy cercana a Amstetten, donde se sabía que Josef Fritzl tenía una casa, no alertó a los trabajadores sociales ni a la policía. Una tercera criatura apareció a la puerta de los Fritzl en 1997. Este bebé también fue recibido y criado por sus "abuelos".
Transcurrieron los años. Josef Fritzl pasaba más y más tiempo en el sótano, pero nadie cuestionaba su raro comportamiento. Vivía separado de su esposa, en otro apartamento dentro de la casa en Amstetten y frecuentemente pasaba noches enteras en el sótano, aunque argumentaba que estaba en viajes de negocio.
Inquilinos lo vieron llevar sacos enteros de provisiones al sótano, así como material de construcción, electrodomésticos y muebles: marcos de camas, colchones, una ducha, una lavadora. Constantemente entraban cosas en el sótano sin jamás volver a salir.
A finales de marzo de 2008, la hija mayor de Elisabeth Fritzl, Kerstin, cayó gravemente enferma en el sótano y su padre decidió evacuarla. Si no hubiera sido por las sospechas de uno de los médicos que la trató en el hospital, es muy posible que el caso nunca hubiera salido a la superficie.
Los austriacos se enorgullecen de la manera discreta en que manejaron el caso, pero no ha habido una investigación, ningún reconocimiento de las fallas cometidas por la policía, los trabajadores sociales, ni el gobierno.
Los medios austriacos, por su parte, se han descarrilado hacia un debate periférico sobre la intrusión de la prensa.
Aunque es verdad que los paparazzi británicos, en particular, recurrieron a medidas extremas y menospreciables para lograr las primeras imágenes de Elisabeth Fritzl y sus hijos, muchos sectores de la prensa austriaca no tuvieron ninguna duda al publicar el informe psiquiátrico confidencial de Josef Fritzl antes de que se iniciara el juicio, o divulgar los detalles íntimos del periplo de Elisabeth cuando fueron filtrados a una revista austriaca.
Hasta ahí llego la privacidad.
Entretanto, serios interrogantes con respecto a la competencia, inocencia y responsabilidad de las autoridades austriacas aún quedan por contestarse.
Stefanie Marsh escribe para el diario The Times. El libro Los crímenes de Josef Fritzl: descubriendo la verdad, por Stefanie March y Bojan Pancevski saldrá al mercado británico este mes, editado por HarperCollins.